Una vez más ahí
estaba, en pie, ante un auditorio lleno de interés, que esperaba mi conferencia.
Siempre, antes de empezar a hablar, casi de forma automática, recorro los
rostros de quienes esperan mis palabras. A veces al principio, o a lo largo de
la charla, esos rostros adquieren personalidad, se convierten en el que acoge,
el que espera, el ávido, el sonriente, el incrédulo, el esquivo… Pero hoy,
además, crucé mi mirada con un rostro esculpido a la perfección, que no
desvelaba ninguna emoción, ningún posicionamiento …. Indescifrable enigma
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