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lunes, 7 de octubre de 2013

Arte y miopía


No podía unirse a las grandes cacerías, aunque era ya un hombre. Cuando veía bien al bisonte para apuntarle con la lanza ya era tarde. No cazar era ser un marginado, y  poco deseado por las mujeres que preferían a los  valientes. Pero le quedaba el refugio de la cueva, donde dejaba que su mundo interior se expandiera y se convirtiera en colores y signos con los que llenaba las paredes que 3000 años después ha admirado media Humanidad. Porque no tenía gafas.

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