No podía unirse a las grandes cacerías, aunque era ya un
hombre. Cuando veía bien al bisonte para apuntarle con la lanza ya era tarde. No
cazar era ser un marginado, y poco deseado
por las mujeres que preferían a los valientes. Pero le quedaba el refugio de la
cueva, donde dejaba que su mundo interior se expandiera y se convirtiera en
colores y signos con los que llenaba las paredes que 3000 años después ha
admirado media Humanidad. Porque no tenía gafas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario