Fablaba y
fablaba Don Rodrigo, y nunca pausaba. Pero su fabla poco me cautivaba. Refería
guerras y torneos y asuntos de estado que mi corazón no ansiaba. El mar se
extendía grandemente hasta do nuestros
ojos alcanzaban, y una luna de plata asomaba en el horizonte. La tarde caía
plácida y henchía los corazones. Y yo quería fablar de amores mas no de guerras.
Plantado dejé a Don Rodrigo y lancéme al camino de vuelta al pueblo, a comadrear con las mujeres que
tanto más me entretienen.
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