No importa
cuales sean mis dioses, la pagoda es siempre un refugio frente al caos de Hanoi.
Muchas tardes termino allí, sentada en la sencilla estera ante las ofrendas y el incienso que arde en honor
de los antepasados. Las discretas columnas de humo aromático me relajan. La
sonrisa del hombre que reza a mi lado es también una promesa. Y, arropada por
otra religión y otra cultura, siento que
un templo es ante todo un lugar de encuentro: con nuestros antepasados, con
nuestros dioses, con otros y sobre todo con nosotros mismos.
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