Viajó sola a
Camboya, no tanto para olvidar el pasado como para intentar colorear su futuro.
Le embrujaron las inmensas ceibas de los templos de Angkor, enredadas en las
piedras, vigilantes e inmensas. Se recostó al atardecer sobre una de ellas, que
abrazaba un muro escondida en un rincón, y se durmió. El rocío de la mañana le hizo crecer como un
gigante vegetal, sus manos leñosas alzándose al cielo, integrada en la belleza
y la espiritualidad de los templos. Y se hizo ceiba; que susurra su historia a
las visitantes de rostro soñador que se dejan enredar por su belleza y las
invita… hoy ya son multitud.
también publicado en el blog de la autora www.adondelcaminoira.blogspot.com
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