La alegre pandilla que habíamos formado en pocos días, se deshacía. Cada uno volvía a su hogar, a su lugar, a su mundo. Nos habíamos unido, por arte del destino, un pequeño grupo de viajeros; y juntos descubrimos una ciudad nueva, pateando sus calles, compartiendo sus sabores distintos, apreciando las novedades que contenía.
Entre abrazos y besos, en una estación de tren, nos despedimos. Con las emociones exaltadas, prometimos escribirnos, llamarnos, no perder el contacto.
Por supuesto no fue así, Esa pequeña isla había surgido de la nada y se disolvió de nuevo en la nada al volver a pisar tierra firme
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