Mi pueblo tenía una estación de tren. Cuando el sol suavemente acariciaba los almendros en flor, y las amapolas y margaritas adornaban las cunetas, llegábamos hasta allí en bicicletas. Se divisaba a lo lejos la silueta serpenteando entre los campos verdes de trigo y de centeno, entre centenarios olivares y jóvenes viñedos. Jugábamos a ser mayores, a subirnos a cualquier vagón, a soñar. Hoy intento regresar. Ya no hay parada. Trenes modernos pasan de largo entre los grises polígonos industriales...
Espacio creativo del Club de Lectura de Bellavista dedicado a microrrelatos de ochenta palabras.
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jueves, 26 de febrero de 2015
LA ESTACIÓN DE LA VIDA
Mi pueblo tenía una estación de tren. Cuando el sol suavemente acariciaba los almendros en flor, y las amapolas y margaritas adornaban las cunetas, llegábamos hasta allí en bicicletas. Se divisaba a lo lejos la silueta serpenteando entre los campos verdes de trigo y de centeno, entre centenarios olivares y jóvenes viñedos. Jugábamos a ser mayores, a subirnos a cualquier vagón, a soñar. Hoy intento regresar. Ya no hay parada. Trenes modernos pasan de largo entre los grises polígonos industriales...
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