Por lo que más quieras lávate bien esas manos antes de acostarte. Obediente me lavé con aquel jabón de dulce aroma que mamá guardaba entre la ropa de la cómoda. Igual que ella, frotando insistentemente, con mucho agua para no dejar rastro de sangre. Papá nunca más nos dañaría. Pasó mucho tiempo desde entonces, sin embargo cada vez que percibo aquella fragancia, regueros atormentados surcan mis pensamientos, tiñendo de un rojo pegajoso, una y otra vez, mis infantiles dedos temblorosos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar