Siempre lo han llamado el rio del oro. Mi abuelo cruzó el
inmenso oceáno para buscar en él el deseado
mineral. Y lo encontró. Mi padre creció en sus orillas, y conoció a mi abuela,
que siempre hizo que sus días fueran más brillantes. Yo no soy un triunfador,
ni he encontrado a la mujer de mis sueños, pero cada día espero ilusionado el
cálido atardecer para sentarme en la
orilla y esperar paciente el tesoro que también un día me regalará.
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