Mi abuela era una mujer de agua. Su vida transcurrió ligada
al río Mattawa, que se reflejaba en sus ojos con un insólito brillo. Cocinaba
en su orilla, navegaba por él y amaba las grandes tortugas que chapoteaban en los
atardeceres arrebatados. Antes de morir, nos pidió que lanzáramos sus cenizas a las aguas; solo así podría
descansar por siempre. A menudo también yo me dejo acunar por nuestro río. Leo en su orilla a la luz de
sus tardes encendidas, y disfruto del chapoteo de las tortugas; una de ellas con
un insólito brillo en sus ojos arrugados…
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