Nació en una
ciudad tranquila y pobre, marcada por los desastres causados por frecuentes e
intensos seísmos. Muchos habitantes vivían asustados, todos habían perdido a
alguien querido en alguna de las múltiples sacudidas que asolaron la ciudad.
Pero él amaba los seísmos. No le gustaba el mar, ni el desierto, ni la música…
su ritmo vital era pausado, y poco a poco
le iba llevando siempre a una dejadez cercana a la desidia. Solo el
fuerte seísmo del noventa y nueve le hizo montar su empresa, que llegó a ser muy
próspera; en el de dos mil seis se enamoró de una mujer con quien colaboró en
las tareas de rescate, que por muchos años le hizo vibrar… Hoy necesita otro seísmo que sacuda la tierra mineral de su desierto, insuflándole la fuerza necesaria para recomponer los añicos en
que su vida se va desintegrando.
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