Nos envuelve
el frío de la noche, el silencio y el mar de un siglo XX en el planeta Equals, aún
sin cambio climático. Viajan en el Titanic dos mil doscientos veinticuatro
pasajeros ricos, heteros, pobres, homos, blancos y no, amargos, dulces,
sonrientes. Todos cenan en el gran salón, con vino que templa el espíritu y
promete noches cálidas. Se desborda del camarote 115 la pasión más desatada, entre una rica hetero
y dulce, y un pobre sonriente; como una onda imparable se transmite a través de
las frágiles paredes. Los demás pasajeros desordenadamente emparejados se suman
a los roces, los besos y gemidos. El
frío de la noche se diluye, mientras un inmenso iceberg se aproxima al Titanic,
a velocidad inevitable. Cuanto más se acerca, más pedazos de hielo se
desprenden de la mole helada, y se funden con el océano, rendidos por el calor que el barco
desprende. Comenzó el cambio climático en Equals,
deslizándose la noche hacia un amanecer tórrido y sin catástrofe.