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miércoles, 11 de diciembre de 2013

Compañero

 
 
Corría dando zancadas imposibles con sus piernas aún cortas, para no ser alcanzado por el chucho rabioso. De un bote subió a un árbol; y tuvo la fortuna de descubrir cuanto le gustaba ver el mundo desde arriba. El arce se convirtió en su secreto refugio, receptor de llantos, dispersor de risas, silencioso confidente. A sus ochenta y cinco años, aún ágil, ya cansado, trepó a su árbol una vez más  un día de nieve y calma. Se acurrucó en su hueco y se durmió. Los suaves copos abrigaron su cuerpo, y las hojas susurraron una canción triste de despedida.

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